
"Nos queda una sola opción, privar al enemigo de una última excusa para matar a nuestra gente. Hemos decidido silenciar nuestras armas. Lo único que lamentamos son las vidas perdidas y que no pudiéramos aguantar más tiempo", manifestó ayer el portavoz de los Tigres Tamiles.
Con la deposición de armas, y el anuncio realizado hoy por parte del gobierno del país de la derrota de la organización, tras la muerte de su líder, Vellupillai Prabhakaran, el país debe enfrentarse ahora a las causas originales del conflicto, en las que confluyen elementos de índole política y cultural.
Expertos internacionales, como el ex-mediador noruego, Erik Solheim, en declaraciones a Euronews, recuerdan que el fin de la guerra no significa necesariamente la paz:
“El gobierno de Sri Lanka ha ganado la guerra, ahora debe ganar la paz. La paz sólo se conseguirá a través de concesiones generosas a los Tamiles en su demanda de autodeterminación”.
La pregunta ahora es si la victoria militar bastará por si sola para eliminar la voz de los Tamiles. Desde 1983 luchan por la independencia en el norte y este del país.
De momento, en Colombo, la capital del país, se celebra el final de la guerra y de los atentados. La guerra civil en Sri Lanka ha costado 70.000 vidas y decenas de miles de desplazados, un trágico balance para un conflicto armado en el que los actores enfrentados han sido especialmente duros contra la población civil.